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Proyecto: “Acasa Luan” XXXX Una reminiscente visión

Por Antares

Capítulo 1.

Era una noche fría, una de las 3 en que la luna no brilla en la oscuridad del infinito.

Susurro tenía los puños apretados, tan fuerte, que sus muñecas temblaban. Dos lágrimas furibundas caían sobre sus mejillas.

Ella miraba hacia el cielo, buscando esa esfera blanquecina que sabía no iba a encontrar. Por qué no estaba allí para acompañarla?

Necesitaba alguien, o algo, en quien canalizar su ira y poder justificar su desolación. Debía exteriorizar esos sentimientos que la corroían por dentro, para poderlos aniquilarlos una vez estuviesen fuera.

El peso en su mano izquierda de su daga de menesteres, como así le llamaba, le recordó el nombre del asesino que había mutilado su corazón.

Sus pasos habitualmente firmes, comenzaron a andar a la deriva por primera vez.

En su mente aparecían imágenes de las primeras encomiendas que habían hecho juntos, y también las más recientes. Su vista se nublaba en un matiz escarlata, tiñendo toda la realidad con su propio odio.

Su cuerpo sintió un escalofrío cuando recordó el aroma de uno de los 2 últimos guardas que se había encontrado sorpresivamente. Había matado a otros 5, pero la habían llegado a golpear desde atrás y había estado aturdida un momento.

Sintió como la desarmaron, y como la sujetaban de los brazos. Sintió aquel aroma, y el sonido de uno de los guardas al desabrocharse las perneras. Cuando en su cintura sintió el roce áspero de unos guantes de mayas, su instinto se activó como un programa ancestral de biodefensa.

Con una torsión de hombro, secuenciado por un giro de muñeca, logró soltar su mano izquierda y alcanzar con ella su propia espalda.

Luego, se acuerda de haber apretado los dientes y que sus ojos se abrieran hasta ocultar sus párpados de pura ira. Después solo recuerda líneas rojas derretirse en el aire, y el sonido de sus botas al pisar la sangre.

-La mano. ¿Cómo pudiste? ¿Por qué?

-Era tu mejor compañera. Era mas que eso. Era tu compañera de verdad. Tú, eras importante para mí. ¡Imbécil! ¡Inútil traidor! Miserable ladrón…

Un siseo a unos cuantos metros la puso en alerta repentinamente.

Se detuvo, y volvió a escuchar 2 veces el siseo. Era una persona, sin dudas, pero parecía un anciano intentando acallar a un perro.

Siguió caminando, y escuchó una voz que la hizo detener en seco.

-¿Quiérez matar? ¿Quiérez ver zangre vezdad?

Sus ojos buscaron en la oscuridad,  y rápidamente percibió un baldío en aquella zona apartada de la ciudad.

Distinguió algunas montañas de basura, y en la que parecía la mas grande, cual si fuese una isla de basura en medio de un mar de vacío, divisó la figura de una persona.

-Azézcate, no voy a hazezte daño. Ven, azezina, ven.

Su instinto le indicaba con total eficacia que nada bueno le esperaba allí. Pero su odio necesitaba encontrar cualquier razón al alcance para explotar y matar y si se pudiese, ser matada.

Se acercó a un poco menos de 10 metros de la persona, y le espetó en un susurro cargado de intención, -¿Quién diablos eres tú?

-Oh, ¿No me conózez? Zoy un hombze de mucha fama. Hago negózioz, hago tatos, ¡También hago muédtoz!

Una carcajada ronca y gutural salió de lo que parecía ser un hombre. Aguda y demencial, parecía irreverente ante el silencio de aquella noche.

Por unos segundos, Susurro miró estupefacta a aquella persona. Era un hombre, de unos 40 años, con una apariencia de lo más inquietante. Su piel estaba raída en brazos, rostro y torso, y unos pantalones como única vestimenta impedían conjeturar la totalidad de su condición.

Era un leproso. Le faltaban la mayoría de los dientes, y las pocas uñas que le quedaban estaban largas, partidas o amarillas. Le quedaban solo algunos mechones de pelo oscuro. Su piel estaba salpicada de manchas negras o verduzcas, y en varias partes tenía sangre seca y heridas abiertas.

-¿Zoy un encanto vezdad? -El leproso torció una mano en gesto sensual, y luego volvió a resolver en una carcajada estridente.

Susurro tomó la daga por el mango como tantas veces lo había hecho para lanzar, pero aquél ser le repugnaba tanto que en un instante de lucidez no quiso entrometer la hoja de su arma en aquella piel pestilente.

Cuando enfurecida dio media vuelta para largarse, escuchó a sus espaldas.

-¿Y cómo piénzaz matad a eze hombde zin mi ayuda?

En un tono melódico, oyó continuar. –Záabez que es muy fuéeedtee. La mano es muy fuéedtee.

La punta de sus botas se clavó en el barro de aquel baldío inhóspito.

-¿Qué has dicho maldito leproso?

-¡Que zi quiédez que te la chupe pod un dólad!

Susurro lo miró fijamente con ojos de asesina.

-Ah, ziempde quize decir ezo, desde que un viajedo en el tiempo me contó que en el futudo existen pelírculas o adgo azí.

-¿Qué sabes de la mano y de mí? Habla sin estupideces.

-Zi, clado. Zuzurro, la compañeda temible de la mano. Tadde o tempzano las alianzas se dompen, ¿Vezdad?. Te zodpendedía zabez lo que te entedadías mediante las datas si no las subestimazan tanto.

En ese instante una rata pasó corriendo cerca del leproso seguida de otras 2, y Sussurro entendió a que se refería con datas.

-¿Cómo puedes saber eso si no ha pasado ni un día entero? Susurro lo miró desconfiada.

-Cadma, beia. No ze que ha zuzedido, zolo zé que quiédez matad a adguien que a mi no me impodtadía que matázez.

El leproso hizo unas muecas extrañas, y luego de abrir grande la boca escupió un gusano hacia su derecha. Miró al bicho ofendido de reojo, y siguió hablando.

-Lo que me intedeza ez hazed negózioz contigo, quedida.

Susurro apretó su daga de menesteres. ¿Qué podría interesarme de una cosa como tú?

El leproso la miró con el seño fruncido.

-Ezta coza tiene algo que tú no. Ezta coza tiene un adma que zegudamente zabdíaz manejad muy bien, y nezezitadías zi quiédez luchad contza la mano.

-¿Qué dices? ¿Un arma? Y por qué habría de interesarme un arma si tengo mis propias dagas.

 -Zenzizamente podque ezte adma ez especial.

El leproso descendió lo que sería un peldaño en su isla de basura, y luego de revolver en un hueco extrajo una caja de madera con detalles plateados.

Lanzó la caja que revotó alguna vez en las bolsas de basuras y cayó a pocos metros de Susurro.

Al ver los destellos plateados de la caja, Susurro sintió una sensación de curiosidad y morbo sobre su contenido. Se acercó cautelosamente y con el pie logró terminar de abrir el contenedor, que ya había sido entreabierta por alguno de los golpes.

Miró el interior, y a pesar de ver algo familiar, le generó una sensación de poder enrarecido.

Era una daga de empuñadura sencilla. Su mango era de un acero oscurecido, y si bien la hoja también era de un negro brillante, tenía distintas betas de colores plateados y verdes casi fluorescentes.

Lo que era extraño era de alguna forma la presencia del objeto. Susurro creía que cada arma valía en presencia, según cuantas almas había arrebatado. Por eso le gustaba creer que su daga imponía respeto debido a la cantidad de hombres que había mandado al otro barrio con ella.

Pero esta daga, era como si por momentos estuviese delante suyo, y por momentos no. No se trataba de que dejaba de verla, porque el arma seguía allí, pero simplemente sentía que era intermitente.

-¿Qué tiene esta daga de especial? –Preguntó Susurro al leproso.

-Veo que noz eztámoz entendiendo. Ez un objeto mágico, pada dezisle de algún modo. Pedo zuz podédez tendáz que vedlos pod ti misma, yo me dedico a negociad quedida, no a andad pinchando el aide pod ahí.

-¿Dices que tiene poder y que no vas a decírmelo? Imagino que ni sabes que hace esta cosa.

-Oh, zi lo zé. –El leproso le contestó con una mueca horrenda que decía demasiado, tanto mucho como poco.

Prosiguió diciendo: -Lo que a mi me intedeza, es que ántez de id a ved a tu amigo la mano, quiedo que me hágaz un pequeño favod.

¿Qué es lo que quieres? Preguntó Susurro desconfiada. –Todavía ni sé si me interesa tu daga.

-Oh, te va a interesar. –De repente el tono del leproso se volvió claro y con una modulación perfecta.

Susurro se sobresaltó por el cambio del habla.

-El mundo de la magia está en constante contacto con el nuestro. Que reconozcas esto es indiferente para su razón de ser. Cuando descubras el poder de la daga simplemente tu rival no podrá esquivar tus ataques.

-¿Qué te… -Susurro miraba anonadada al leproso. Su figura le resultaba ahora difícil de discernir, y supo que el leproso no era un vagabundo cualquiera.

-Bla, bla. No importa lo que tus ojos vean, ni tus oídos escuchen. La realidad es alterable. Ahora debes prestar atención a lo siguiente.

Cuando vayas camino a ver a la mano, debes pasar por la ciudad de Darkhaven y clavar la punta de la daga en la tierra de su plaza central. Esto a ti no te producirá nada, ni cambiará absolutamente el rumbo de tus planes. El poder del arma hará lo que deseo, y tan solo por eso accedo a negociar contigo.

¿Y que se supone que hará el arma?

-Eso no es de tu incumbencia. Una vez que la claves en la tierra, no sucederá nada hasta dentro de un rato. Para cuando suceda lo que a mí me interesa, tú estarás ya muy lejos y no debería importarte tal efecto. Si quieres saber, lo que hanelo es venganza. Como tú.

La nueva voz fría y autoritaria del leproso le daba muy mala espina a Susurro. Pero lo que si sentía, es que era un negociador claro. Si no habría efectos secundarios para ella, no podía dejar de considerar que si el arma le sirviese para su deseo que no podía dejarla escapar. Porque lo que ella odiaba admitir, es que la mano era un asesino casi imposible de derrotar.

Intentó mirar a su comerciante, pero lo veía muy oscurecido para distinguir su expresión. Tomó la daga de la caja, y en seguida notó el contacto frío del acero.

-Muy bien, quedida. Una ezzedente dezizión.

La voz del leproso había vuelto a ser la normal, y cuando ella levantó la mirada lo veía si bien con las limitaciones de la visión nocturna, definido dentro de su silueta.

-Bueno, a decir verdad no me interesan tus juegos esquizofrénicos de venganza. Tengo mis propios asuntos que resolver. Haré lo que me pides, y luego me quedaré con la daga. Ese es el trato. –Susurro comenzó a alejarse sin darle la espalda al leproso.

-Oh, zi. No te olvídez de nuezto tato. –El leproso rasgó la piel del dorso de su mano con una uña, y con los girones de su piel hizo una bolita que amasó con sus dedos. Miró a Susurro por última vez, y le lanzó su bolita de piel cual si fuese un niño, la cual caería a los pocos centímetros del lanzador.

Susurro lo miró con desprecio, y se marchó.

Capítulo 2.

La mano estaba sentado en una vieja silla de madera. Sus 2 compañeros estaban jugando a las cartas, mientras bebían un ron viejo que habían encontrado en los barriles de un barco que habían asaltado en el ala oriental del puerto libre.

Estaba estudiando unos mapas recientes de la biblioteca de Ciudad Imperial, donde se rumoreaban se albergaban libros de conocimiento antiguo con sus tapas bañadas en oro. Su entrenado sentido auditivo detectó el chirrido de la puerta delantera.

-Lep, vé a mirar quién es. –Uno de los 2 jugadores se había comenzado a levantar de su silla, pero se detuvo a mitad de camino, cuando vio al visitante entrar en la habitación.

-¿Quién de ustedes es la mano? –Un hombre corpulento y de gran altura había aparecido en el umbral de la puerta. Su rostro era osco y su piel parecía curtida al sol.

La mano lo miró fijamente y le dijo: -Eso depende quien lo busca.

El hombre corpulento, en un movimiento fulgurante, tomó una jabalina de su espalda y la lanzó recta hacia el rostro de la mano.

El asesino de metro setenta, se dejó deslizar hacia su izquierda a la vez que llevaba la mano a su puñal. La jabalina impactó contra la pared trasera y el largo mango se cayó haciendo un considerable ruido de metal y madera al repiquetear contra el piso.

Sus 2 compañeros habían reaccionado un momento mas tarde. Aún la jabalina seguía repiqueteando cuando el grandulón sacó un mandoble que blandió contra los hombres de la mesa. Estos habían reaccionado rápido, y replegaron su posición. El jugador que estaba mas cerca, no había logrado salir del rango de la gran espada y fue herido en un brazo. Su compañero lo tiró hacia atrás y ya blandía una espada ligera.

En su otra mano el grandulón tenía algo que destacaba por su contrastante tamaño. Era un escudo de un metal grueso, pero muy pequeño. Apenas mas grande que lo que era su puño.

Cuando la mano vio acercarse al grandulón, acortó levemente la distancia para no darle lugar a que ataque a sus compañeros, pero lo suficiente como para mantener una posición de espera.

El hombre osco aceleró sus últimos 2 pasos y lanzó un tajo lateral con su mandoble. La mano retrocedió apoyando el peso de su cuerpo en los talones para deslizarse, y vio que el hombre le dirigía un puñetazo con su pequeño escudo a la cara.

La mano giró 180 grados y al mismo tiempo que ganaba un paso de distancia, se agachó y soltó un latigazo con su mano derecha hacia atrás, alcanzando la rodilla del grandulón con la potencia del giro.

El hombre hizo descender su mandoble oblicuamente para atacar el hombro de la mano, pero este dio un paso hacia atrás para acercarse aún mas a su contrincante. El hombre quiso encerrar el cuello de la mano con el brazo del escudo, pero el asesino veterano ya se le había colgado con ambas manos a su propio cuello.

La mano se dejó caer con todo el peso de su cuerpo, llevándose al grandulón al piso. Cuando este quiso apartar el escudo para golpearlo en la cara, la mano ya había separado su columna vertebral del cráneo con un puntazo incisivo que ejecutaba con total familiaridad.

Un plaf, plaf, plaf, se escuchó desde la sala delantera de la casa que usaban de albergue.

Otro hombre de considerable tamaño también, entro en la habitación riendo a carcajadas mientras seguía aplaudiendo.

-¡Como me gusta traer estos amiguitos! Es tan divertido verlos entrar con toda confianza creyendo que van a matarte como si fueras un estúpido jabalí.

-Ah, eras tú, Antraer. La mano se quitó de encima el cadáver del grandulón.

-Que tal, señor daga rápida. –Saludaron los jugadores con cara de pocos amigos.

-Ah, veo que a tus compañeros no les parece tan divertido. Debe ser porque uno de ellos está sangrando como un cerdo. Deberías tenerlos mejor adiestrados. –Terminó la frase riendo indiscretamente.

-A este lo encontré en tu amado gremio de gatitos asesinos. Le ofrecí unas monedas a cambio de que te mate, y creo que le entusiasmaba saber más donde estabas que mis monedas. Así que deberías pensar que te están buscando tus ex socios. La verdad creí que duraría un poco mas que eso.

Antraer miró con desdén el cadáver que tenía la cabeza inclinada en un ángulo extraño hacia atrás.

-Lo voy a tener en cuenta. ¿Trajiste los planos del banco de la ciudad?

-Por supuesto que los traigo. No iba a mover mi culo si mi barriga no se beneficiara. En este paquete está todo lo que conseguí. Creo que con 3 de tus hombres sería suficiente. Yo tengo algunos nombres que completarían el grupo y que ya están al corriente de todo.

-Muy bien, esta noche estudiaré lo que traes. Espero que sepas en quien confías estas cosas. Ya sabes que no me gusta adelantar los trabajos a cualquiera.

-Tú preocúpate por escoger bien a los tuyos. Yo hago muy bien mi trabajo. Por cierto, deberías traer a tu noviecita. Esa sí que lo hace muy bien.

Antraer sonrió con una risa burlona al asesino.

-No es mi novia, y ya no trabajamos juntos. –Contestó la mano lacónicamente.

-Como sea, en 3 noches hacemos nuestra reunión. Allí definiremos los detalles. Hasta entonces, ya sabes, no estaremos en contacto.

Antraer daga rápida dio media vuelta y salió por la entrada principal. La mano, quedó pensativo mirando los mapas que tenía en su mano, mientras escuchaba como los jugadores se encargaban de cerrar la herida del que había recibido el tajo de espada.

El plan de Antraer sabía que era arriesgado, pero hacía tiempo que habían trabajado junto a su banda y eran unos socios confiables. Hacer una distracción en el banco central de la Ciudad Imperial para golpear a fondo el tesoro de la biblioteca era una gran idea, pero debía hacerse muy controladamente. Necesitaban agentes secundarios, y los hombres principales encargados de llevar a cabo la operación de distracción y el saqueo real.

Pero él, no podía pensar con claridad. Su mente lo llevaba una y otra vez a la última encomienda hacía tan solo 2 días. Había tenido que tomar una de las decisiones mas difíciles de su vida, y lo peor, es que sabía que no iba a ser comprendido.

Aquel golpe no era uno convencional. Él sabía que 4 de los 14 bandidos que habían conformado la comitiva iban a ser sacrificados. Pero no todos sabían eso. Ese modo de operar no era tan inusual en esos ámbitos, pero se le había presentado un conflicto al que antes no tenía reparo siquiera en sopesar.

Uno de esos bandidos, le importaba. Había intentado disuadir al líder del ataque que nombrase a otro en su lugar, pero le habían respondido que era la persona ideal para ese papel. Que después de todo, si era sublime en lo que hacía como se decía, tenía oportunidad de salir con vida.

No podía alertar a nadie sobre los planes, porque significaría el fracaso total de la operación y probablemente se generaría una pelea a cuchillo y puñal entre los integrantes de ese crisol de rufianes.

Sentía que no iba a poder cargar con esa muerte en su consciencia. Tuvo que ser frío… extrañamente frío. Era una frialdad que de alguna forma no sentía como helada como solía sentir.

Un sonido metálico a lo lejos lo hizo volver del ensimismamiento de sus pensamientos. Sus 2 compañeros también se habían detenido a escuchar.

Rápidamente salió corriendo hacia a fuera a ver que sucedía.

2 personas estaban luchando con armas cortas a gran velocidad. Una parecía de gran complexión, la otra de altura media pero delgada.

Sus ojos se adaptaron instintivamente a la velocidad de la situación y lo que vio lo dejó atónito.

Antraer estaba bloqueando una combinación de ataque con daga que había visto ejecutar cientos de veces. Logró mantener una distancia, pero no salió intacto. Su ropa estaba marcada en varios lugares, y un hilo de sangre caía por la mano en la que sujetaba su daga.

-Te calmas, niña. ¡No se que diablos te pasa pero no me interesa matarte! –Antraer estaba agitado, porque su estado físico nunca había sido digno de mención. No obstante, no por nada le decían daga rápida. La mano sabía que pocas personas podían llevar un duelo a esa velocidad solo empuñando un arma corta.

-¡Que haces aquí, Susurro? –Dijo la mano sorprendido sin poder dejar de mirar a su compañera de bandas.

-¿Me esperabas muerta, verdad? ¿Te he decepcionado? –Susurro había detenido su ataque al ver al asesino. Se la veía enfurecida y con una mirada letal en sus ojos.

La mano sabía por qué estaba allí.

-Imagino que vienes por mi. Antraer no tiene nada que ver en esto.

-Ah, veo que te preocupas por él, que gesto tan bonito. Sobre todo viniendo de alguien que no le importa traicionar a sus compañeros.

-Bien, muy bien. Parece que tienen un problema marital que sinceramente no me interesa en lo absoluto. –Antraer dio 2 pasos rápidos ahcia delante, e hizo una finta a Susurro que esquivó con celeridad. Al hacer mover a su rival hacia donde quería, soltó un puñetazo que iba dirigido hacia el cuello.

Susurro saltó hacia atrás, y Antraer completó su secuencia con un tajo lateral que tenía como objetivo impedir un contraataque de su rival. Tomó el callejón mas próximo y desapareció sin gloria ni despedidas.

-Creo que tenemos que hablar. –Dijo la mano mientras guardaba el puñal que había sacado en un hábito inconsciente.

-Para mí está todo mas que claro.

A continuación, las cosas sucedieron tan de prisa que hubiera sido difícil seguir con incluso una vista entrenada los movimientos.

Susurro se lanzó como un torbellino hacia delante, y comenzó a atacar frenéticamente los puntos de inflexión de brazos y piernas del asesino.

Este respondió en un reflejo evasivo los primeros ataques, y cuando pudo sacar su puñal comenzó a defender con bloqueos y golpes inócuos hacia su atacante.

-Susurro, esto no tiene sentido… -Comenzó a decir la mano.

-Tú no tienes sentido, amigo. Nunca lo tuviste.

Susurro dio una patada frontal que la mano recibió en el torso, pero que tomó por el tobillo y con un salto hacia atrás logró derribar a la asesina.

Desde el piso, Susurro se retorció como lo haría una serpiente con su presa, e intentó perforarle un pie con su daga de menesteres pero encontró tierra cuando la mano había leído su movimiento.

El asesino le dio una patada en la cien, y cuando Susurro quedó tendida en el piso, le puso el puñal en la garganta.

-Matarme no te servirá de nada si lo único que estás viviendo es el odio. Aunque no lo creas las cosas no sucedieron como las creíste. No te he traicionado si es lo que piensas. –Le dijo la mano acercando su rostro al de ella.

Susurro lo miró directamente a los ojos, y le dijo en una voz inaudible como su nombre.

¿En que mundo dejar solo a tu compañero contra toda la seguridad de un banco no es traición?

-No lo entiendes. Yo no estaba designado para ir al banco contigo. Nunca lo estuve. Iban a ir otros 3, pero…

Susurro lo tomó por la muñeca cuando sintió que la mano se había distraído, y con una patada a su tobillo consiguió zafarse del agarre sin ser degollada.

Ambos retomaron su posición de pie y se midieron nuevamente.

-No tienes por que hacer esto Susurro, hay cosas que no sabes…

-¡Cállate! ¡no quiero escuchar ni una palabra más de ti!

En ese momento, Susurro dejó algo que dejó desconcertado a la mano. Le lanzó su daga de menesteres que pasó a solo unos centímetros de su oreja izquierda.

-¿Pero que diablos…?

Susurro tenía en su mano otra daga de un aspecto siniestro y de alguna forma indescriptible.

Volvió a atacarlo con un frenesí producto de una rabia incontenida, y la mano solo pudo llevar toda su energía a esquivar las combinaciones de la ladrona.

Imágenes venían a su mente… de ese arma. Sabía que en algún lado la había visto, pero no recordaba donde.

Susurro no podía atravesar la defensa de la mano. Sabía que era muy bueno, pero solo podía pensar en que la había traicionado. Él había querido verla muerta, y no podía dejar de sentir su corazón latir desbocadamente de enojo y vergüenza.

Intentó darle un puntazo en la ingle, pero la mano desvió su ataque y le propinó un codazo en el hombro. Saltó hacia atrás para recomponerse y no perder su arma, y pensó.

-¿De que diablos me sirve este arma? No tiene nada de especial.

La mano le hablaba en un tono tranquilo que la ponía aún mas furiosa. Lo visualizó sin escucharlo, e imaginó la daga atravesando su estómago.

Se lanzó hacia adelante, y luego de hacer una finta atacó por el lado derecho. La mano había previsto ese movimiento, pero de repente sus ojos se abrieron como platos.

Susurro sintió una sensación extraña. Había creído ver un destello verde en el filo de su daga, y si bien la mano había desviado su ataque había sentido el impacto como si atravesara tejido blando.

Miró su daga, y estaba llena de sangre sostenida en el aire. Como reacción la extrajo hacia atrás, y sintió como si se hubiera destrabado de un cuerpo.

La mano llevó su sinónimo a la espalda, y palpó una herida que no podía comprender. Lo habían atravesado, pero con una mirada fugaz al callejón confirmó que estaban solos.

Con la voz entrecortada le dijo… -Susurro, me has…

Pero ella no estaba dispuesta a escuchar nada. Volvió a atacar, y el asesino intentó defenderse aún estando herido.

El filo de la daga de Susurro se encendía de colores verdes y plateados cada vez que cortaba el aire.

La mano sentía sensaciones que no podía entender. Se defendía como lo había hecho toda su vida, y sin embargo sentía que en su cuerpo aparecían cortes o perforaciones que no podía explicar. No quería atacar mortalmente a Susurro, pero estaba empezando a desesperarse.

Supo que había algo mas en la daga. Esas betas tan especiales las había visto en algún lado…

La brisa tras un tajo fallido cerca de su rostro, despertó en su mente una imagen superpuesta en el tiempo.

En un antiguo recuerdo, apareció él cuando tenía 10 años. Estaba luchando en la banda de su tío, que había sido atacada por la banda rival del barrio.

Sabían que eran tipos bravos, pero lo que los hacía temibles era que se rumoreaban que tenían un hechicero de su lado, que les brindaba objetos encantados que usaban para pelear contra los guardas civiles u otros bandidos.

Aquella noche, la banda de su tío sabía que iba a ser atacada por los piratas del lobo marino. Así se hacían llamar. Las órdenes habían sido turnos de guardia y vigilancia, y un despliegue de los mejores hombres en lugares estratégicos. El cuerpo entero de la banda se componía de 29 hombres, pero de esa lucha, la mano supo que fue el único sobreviviente.

La banda rival contaba con mas de 40 bandidos, que si bien eran mas brutos y sus armaduras menos resistentes, el número jugaba a su favor.

La banda de su tío se había defendido muy bien hasta aquel momento. Habían tenido no mas de 4 pérdidas, y del otro lado se contaban una decena de hombres caídos. La mano estaba subido a un techado contiguo, donde tenía un ángulo de tiro pero era difícil de alcanzar. Tenía 2 bolsas de piedra, y 4 cuchillos de lanzar. Era un prodigio, ya a sus 10 años, pero había reservado los cuchillos para casos precisos como le había indicado su tío.

Debía intentar darle a Dock el rombo, quien era líder de los piratas. Era un tipo muy escurridizo y sabía controlar las distancias. No había tenido ninguna oportunidad para alcanzarlo con uno de sus cuchillos sin correr el riesgo de matar a uno de sus compañeros. Dock, ya había asesinado a 2 hombres de la banda de su tío.

Tuvo que utilizar uno de sus puñales, cuando el segundo al mando de su banda había sido acorralado por 2 de los lobos marinos. Alcanzó a uno en el cuello, y le dio una vía de escape para retomar una posición de pelea.

La pelea tenía varios focos de litigio, como así lo había dispuesto su tío. Habían preparado el terreno para poder aparecer a la carrera desde varios puntos a la vez. Esto hizo que la banda de los piratas se defendiera de adentro hacia a fuera, y no pudieran atacar los 40 hombres a la vez.

Cuando la manito, como así le decían afectuosamente, intentaba ubicar nuevamente a Dock entre los combatientes, empezó a ver cosas extrañas.

Algunos hombres caían al piso como si fuesen apuñalados por la espalda, pero no había nadie allí que lo hiciese. En peleas de 2 hombres o mas, algunos se sujetaban los brazos como si hubiesen recibido un golpe del lado de sus propios compañeros.

El niño miraba sin comprender, como 2 de los piratas comenzaron a atacarse entre sí, y como un compañero de la banda de su tío, que estaba posicionado en otro tejado enfrentado, caía al piso tomándose la garganta, de la que salía una cascada de sangre imposible de olvidar.

Se agachó asustado de que hubiese un arquero escondido, pero por una grieta de los ladrillos deteriorados pudo observar que el compañero que estaba muriendo desangrado no tenía ningún objeto clavado en su cuello.

Escuchaba gritos de ambos bandos, y hundiendo la cabeza entre sus brazos solo pudo pensar en su tío. Al cabo de unos instantes, los sonidos habían cesado.

Miró hacia abajo, y lo que vio le hizo temblar el mentón. Todos estaban muertos.

Revotó su mirada de un lado hacia otro buscando algún movimiento, pero solo veía quietud.

No supo cuanto tiempo quedó congelado en aquel techo deteriorado, pero cuando su inocencia no aguantó más, bajó corriendo a buscar a su tío entre los caídos.

Lo encontró medio encimado al cadáver de uno de los piratas. Lo sacudió para intentar despertarlo, pero su tío no reaccionó. Vio sangre caer desde su armadura tiñendo la espalda del hombre que estaba debajo.

Empezó a llorar incontrolablemente mientras lo sacudía, y de repente escuchó un ruido a su derecha.

Vio de pie a Dock, el líder de la banda rival. Sus ojos parecían estar mas abiertos de lo que sus cejas permitían. Tenía una sonrisa que la mano jamás podría haber entendido en aquella situación. Era una sonrisa cálida, y cargada con tanta hambre de matar que erizaba hasta las plumas que no tenía.

-¿Tú eres el sobrino de Zumbo, verdad? –Le dijo en un tono suave.

-Sí –Le contestó la mano con un hilo de voz.

-Bueno, ya no lo eres. Así como yo ya no soy líder al parecer. –Dock paseó la mirada sobre un grupo de cadáveres de sus compañeros.

-¿Tú los has matado? –Inquirió la mano con una mezcla de miedo y repugnancia.

-Eso depende de a que yo te refieres. Pero no importa, lo que tuvo que suceder ya sucedió. –Dock se dio media vuelta y comenzó a marcharse con paso lento.

La mano tomó el puñal de su tío, arma predilecta por los hombres de su estirpe, y cuando estaba a punto de terminar de ejecutar lo que hacía 5 años solo había empezado como un juego, sintió un ardor en el comienzo de su antebrazo. Su mano cayó, y el puñal raspó el suelo sin soltarse.

Miró asustado la sangre que caía del brazo, y vio a Dock blandiendo una daga con colores verdes y plateados en su mano derecha. Lo vio sonreír, y luego hizo un corte en el aire como si quisiera cortar un tomate que le hubiesen tirado de lejos.

Al mismo tiempo en que Dock finalizaba el movimiento, sintió un golpe tremendo en la pierna seguido de un dolor indescriptible. Se palpó su costado frenéticamente, y sintió su propia sangre juntarse con la de su tío.

Dock se rió en una risa estridente y aguda, y la mano se puso de pie como pudo. Comenzó a correr cojeando, aterrorizado por aquel hombre.

-¡Corre, niñito! ¡Corre y ve a morir como un buen bandido sin dignidad!

Los escenarios pasaban a su costado como teatros que fueran abandonados a mitad de una obra. Vio casas viejas, callejones que conocía pero no reconoció, calles llenas de pozos, locales cerrados, fosas de basura donde los ciudadanos de baja clase tiraban sus restos de comida y carretas con ruedas rotas.

Su pierna izquierda le transmitía un dolor agudo que nunca había sentido con tanta profundidad. Sabía lo que era estar herido, pero su corazón le transmitía una angustia corrosiva y su mente solo le gritaba que corra para donde fuera. Que corra y no detenga sus piernas.

Vio a lo lejos las luces de los faroles de una plaza que supo reconocer. Con una mano apretando la herida de su pierna, se acercó hasta la plaza y lo que vio a continuación lo soñó por el resto de su vida.

Susurro, ¡Detente por lo que mas quieras! –El grito de la mano fue tan agudo que pareció casi de mujer.

La ladrona detuvo un golpe descendente sin detener su paso. Se posicionó a un costado del asesino y lo miró desconfiada.

-¿Desde cuando suplicas por tu vida? Siempre me molestaron los hombres que en el momento de su muerte piden compasión y todas las cosas que ellos mismos no le dieron a nadie.

Susurro iba a completar su ataque, cuando la mano retrocedió y le lanzó el puñal con el que estaba luchando. La ladrona se deslizó sutilmente hacia la derecha, y el arma pasó a varios centímetros de su cintura.

Con rabia en las venas midió la distancia del asesino para hundir su daga en su corazón, pero un nuevo movimiento fugaz de la mano la hizo responder con celeridad.

Cuando vio a su ex compañero llevar la mano a su cintura, su corazón se aceleró aún más.

Por instinto se acomodó en su postura para recibir el ataque que veía en cámara rápida.

Sabía que el arma que tenía a resguardo, era la que usaba únicamente para los combates que el llamaba “los de veras”. Había visto en varias ocasiones esa hoja manchada de sangre.

-¿Pero que diablos haces? Susurro balbuceó sin comprender

El asesino estaba jadeando y se tomaba una herida en la espalda apoyado en la pared.

-Susurro, debes escucharme. Sabes que no tengo más armas. La daga debajo de ti es el puñal que fue de mi tío y yo reformé.

-No tienes ni idea lo que está en juego. No podemos seguir peleando, no porque no puedas matarme, si no porque estás matando a una cantidad de gente que no puedes ni sospechar.

Susurro escuchaba sin comprender las palabras. Miraba al asesino esperando que hubiese un arma escondida en los pliegues de sus ropajes.

-Dime, ¿Quién te dio ese arma? ¿Dónde la obtuviste?

Susurro vaciló un momento. Nunca había escuchado a su ex compañero hablar con ese miedo en la voz. Parecía un niño asustado, pero con un espíritu inusual. Parecía no importarle morir de verdad. ¿Qué cosa le estaba infundiendo ese temor?

-Eso… eso no es de tu incumbencia. –Dijo ella con un matiz de furia en su tono.

-¿Te la ha dado un sujeto entre la vida  y la muerte? Dímelo Susurro, ¡esto es muy importante!

-¿Entre la vida y la muerte…? ¿Qué dices? –Susurro miraba confundida.

-Si has hablado con un hombre que parecía estar en un cuerpo muerto, o cualquier cosa que te genere esa impresión.

Susurro sintió un nudo en el estómago. Recordó al leproso y entendió que parte de su cuerpo estaba muerto.

-Si –Reconoció ella titubeando. –Era un leproso, que vivía en una isla de basura. ¿Qué tiene eso de importante y como lo sabes tú?

La mano se llevó sus sinónimas a la cara y miró hacia el cielo en un gesto horrorizado.

¿Pero qué diablos te sucede? No entiendo nada. –Susurro miró la hoja de su daga y se sorprendió a ver la cantidad de sangre que tenía.

Miró al asesino nuevamente y este había empezado a andar con pasos desorientados y la mente perdida en los recuerdos. Entonces se dio cuenta de la cantidad de cortes que tenía su cuerpo, y sintió una vaga sensación de incongruencia, al intentar recordar cuando había traspasado los bloqueos de la mano. Sabía que lo había logrado alguna vez, pero el cuerpo de su amado mostraba muchas mas evidencias de ello.

La mano la miró, y le preguntó seriamente. ¿Dónde ha sido el último lugar al que has ido? Al último sitio concurrido de mucha gente.

Susurro se sorprendió por la pregunta, y contestó como si fuese una adolescente regañada por un padre.

He estado en la plaza de Darkhaven. ¿Qué sentido tiene esto?

-No… No… No… Darkhaven… No… decía la mano en voz baja como si fuese un reproche al pasado.

-Algo no encaja aquí. –Dijo ella. Terminemos esto de una vez, porque no pienso vivir en el mismo mundo que un traidor como tú.

Ella se dirigió a su rival, aunque su corazón esta vez no la acompañaba. Quiso atacar al asesino, pero al ver que no se defendía, desvió su daga inconscientemente hacia un costado.

¡Defiéndete, maldita seas! –Le gritó ella enfurecida.

La mano la miró con la mirada de un loco perdido, y sin gesto previo, salió corriendo por el mismo callejón en el que había desaparecido Antraer.

Susurro se sobresaltó por el movimiento repentino, y su primera reacción fue salir corriendo tras de él. Quiso gritarle para detenerlo, pero ya lo había perdido de vista.

Pisó sin querer la daga de la mano, y la recogió del suelo. Tomó su propia daga de menesteres que estaba cerca de una pared, y se introdujo en las oscuridades del callejón.

Corrió por varios segundos sin ver rastros de la mano. En una encrucijada de callejones sintió una oleada de miedo al ver que no sabía por donde seguir. Recorrió vagamente los indicios de 3 salidas, y encontró rastros de sangre punteados en una de ellas.

Retomó la carrera a toda velocidad, y al cabo de varios metros, luego de una curva divisó al asesino a lo lejos.

Sabía que era extremadamente veloz, pero estaba mal herido por lo que había podido ver. Siguió corriendo tras de él y fue acortando camino.

Cuando lo tuvo cerca, empezó a ordenarle que se detuviera o lo iba a detener con una daga en la columna vertebral, pero este no aminoró el paso.

Siguió maldiciendo en voz alta y al cabo de varias curvas y pasajes ocultos empezó a darse cuenta que escuchaba gritos extraños.

Eran gritos de muchas personas en distintos lugares. Había mujeres, niños, hombres de voz grave y de voz aterrada. Se sorprendió aún mas y corroboró en seguida que se dirigían hacia allí.

La mano salió a una calle afluente, y ella siguió detrás suyo. Divisó a lo lejos la plaza de Darkhaven, y vio que había mucho movimiento en ella. Sus sentidos se sincronizaron y supo que los gritos venían de allí.

La ladrona se sintió absolutamente confundida, y la furia que había guiado cada paso y estocada, ahora era remplazada por una sensación de miedo e incertidumbre.

Cuando llegaron a una de las grandes esquinas que lindaba con la plaza central, la mano se detuvo en pocos metros.

Ella lo quiso increpar sin siquiera terminar el avance de su carrera, pero siguió el dedo que la mano apuntaba hacia delante.

Lo que vio en aquel instante, iba a soñarlo por el resto de su vida.

Había gente corriendo por todos lados. Había cadáveres en el suelo, y en posiciones de lo mas extrañas

Había niños gritando por su madre y hombres cargando personas heridas en los hombros. Vio una mujer cargar con un hombre de complexión media a la espalda, que podía ser su marido. Pero lo terrible no eran las personas, si no los objetos que parecían aparecer y desaparecer sin explicación alguna.

Vió a pocos metros de donde estaban parados, la cabeza de una cabra emerger del mismísimo vacío para mirarlos en un instante y desaparecer al siguiente. Hacia el centro de la plaza, había un árbol cruzado oblicuamente desafiando toda ley de gravedad. Su parte inferior no se veía en ningún lado, si no que parecía suspendido en el aire como si lo hubiesen tirado y hubiese quedado detenido en el tiempo.

Vio un hacha aparecer a unos 10 metros de la tierra, hacer un corte lateral en el aire, y desaparecer. En uno de los caminos periféricos, el hacha volvió a aparecer y asestó un fuerte tajo en el brazo a un hombre que estaba intentando ayudar a alguien que pedía socorro desde el piso.

Vio una flecha dirigirse desde el lado sureste de la plaza, hacia el noroeste, y desaparecer en mitad del recorrido. Una rama cayó juguetonamente golpeando el estandarte de Belthalas, y quedar reposando en el suelo. Unos metros más hacia el norte, vio una garra aparecer en el aire como si estuviese buscando algo. Una mujer pasaba corriendo de la mano de un niño, y sin verla se llevó por delante la garra. Esta, como si sintiese el contacto, atacó la espalda de la mujer que ya la había dejado atrás.

Escuchó el grito de la mujer que corría desesperada, pero no dejó de arrastrar al niño hacia delante.

Escuchó los cristales de uno de los edificios aledaños estallar en mil pedazos, y vio de lo que antes era una ventana emerger el hacha de leñador que había visto antes. Una ráfaga de un frío gélido barrió las hojas caídas de la plaza, y llegó hasta los pies de Susurro quién sintió aquel frío imposible de relacionar con aquel sitio.

Oyó el breve sonido sibilante de una flecha, y vio a un hombre caer con una saeta atravesada en la garganta. A unos metros delante del desdichado, se erigía una de las casamatas donde se guardaban las herramientas con las que se le daban mantenimiento a la plaza. La trayectoria de la flecha era físicamente imposible.

Susurro retrocedió unos pasos aterrada sin poder comprender lo que estaba viendo. La mano se acercó hasta ella y la tomó de la manga de su túnica, para que siga viendo lo que sucedía a su alrededor.

Un anciano intentaba zafar una pierna que parecía inexistente. De la rodilla para abajo, su pierna había desaparecido pero aparentemente tenía atrapada en algo invisible. Intentaba tirar de ella con todas sus fuerzas, pero cuando acercaba sus manos a la rodilla, la punta de sus dedos desaparecía y horrorizado las retiraba rápidamente.

En uno de los bancos de la plaza, surgió la cabeza de un gallo dorado. Miraba hacia todos lados con una mirada curiosa. Intentaba picar algo en el banco, pero parecía que los resultados no le eran los esperados. La base de su cuello parecía salir del mismo cemento del asiento.

Susurro quiso zafarse con un ademán vago del agarre de la mano, pero fue insuficiente si quiera para retrasarse.

El hacha volvió a aparecer como salida desde el suelo, y acertó justo al anciano en el centro del estómago. Se clavó con tanta fuerza que dobló al viejo por la mitad. Cuando se retiró, el anciano cayó hacia delante con solo su pierna atrapada sostenida en el aire. Llevó sus manos al estómago, y sin querer las metió dentro suyo.

A lo lejos, Susurro vio 2 niños que había reconocido. Eran 2 huérfanos que habían sido reclutados por una de las bandas de los suburbios de Darkhaven. Ya eran ladrones con cicatrices y botines, pero aún no eran almas corrompidas.

Se dio cuenta que uno de ellos tenía una mano atrapada en algo que no se lograba ver. Su amigo, intentaba tirar de él hacia el lado opuesto y no lograban sacarlo. Ambos lloraban y miraban frenéticamente a su alrededor por si veían aparecer el hacha.

Una flecha pasó a 2 metros de su cabeza, en una dirección ascendente, y desapareció al poco recorrido sin golpear contra nada.

Los niños seguían tirando del brazo atascado, y >Susurro no soportó más. Esos niños le habían hecho sentir un sentido de pertenencia.

Se echó hacia adelante y dio unos pasos veloces, pero un tirón hacia atrás la hizo caer de culo.

-¡Que haces! ¡Esos niños necesitan ayuda!

-Si entras ahí, lo mas probable es que mueras, Susurro. –La mano hablaba en un tono triste y bajo.

-¿Qué demonios está sucediendo? ¡Qué es todo esto Mick, explícamelo! –Susurro gritaba mientras lágrimas comenzaban a aflorar de su joven rostro.

-La daga que empuñaste es lo que hizo todo esto. Te han utilizado.

-¿Qué dices?

-Te traje aquí para que lo veas por ti misma. Cuando estábamos peleando, fuiste tú la que generaste esta distorsión del espacio tiempo.

Susurro levantó la mirada y su mueca fue un desorden de palabras sin decir.

-La daga que estás usando, es un arma creada hace miles de años y encantada por un brujo del tiempo.

La mano prosiguió explicando.

-Cada cierto tiempo, a veces 5, a veces 10 o 20 años, este brujo aparece en un día en particular. Aparece en lo que algunas tradiciones llaman día de los muertos.

-En esta fecha, según lo que pude averiguar, sucede una alineación del sol, nuestra luna y el planeta Neptuno, creando en este punto de la tierra un flujo de antienergía.

-Este concepto no es importante. Basta con que entiendas, que esa energía negativa, es manipulada por un brujo que en verdad vive en otra época. Quizás miles, quizás millones de años en el pasado. El día de los muertos, este brujo tiene acceso a nuestra tierra, y trae consigo un arma que lo ayuda a reinstaurar su configuración energética, que ha logrado corrompiendo sus chacras con rituales de los cuales nada se sabe.

-El inconveniente para este brujo, es que su materialización en nuestra época no es completa. Su cuerpo siempre se presenta degradado como una representación incompleta de lo que es en su realidad. Los pocos que han contado haberlo visto, lo describen como un hombre moribundo, con una enfermedad terminal o herido de muerte.

-Por eso, necesita a alguien para que haga el trabajo por él. Debe absorber la energía vital de varias almas para poder llevar a cabo sus transmutaciones. Esto lo consigue de 2 maneras, y este es el problema para nosotros.

La mano siguió hablando, pero estaba inclinado ligeramente hacia delante y se tomaba la espalda con la mano libre.

-Una forma, es usando la dimensión contrapuesta en la que tú y yo estamos ahora. Cuando el portador del arma conecta con ella, puede atacar a sus objetivos haciendo que la hoja atraviese el velo que divide a nuestros planos paralelos y hacer que el extremo de la daga, literalmente, aparezca en el ángulo opuesto en la que es impulsada.

La mano se detuvo un segundo perdido en una elucubración, mientras el hacha aparecía y desaparecía en la plaza causando mas estragos.

-Creo que fue así como me causaste la herida en la espalda. Es probable que las betas verdes son las que se condicen con ese tipo de magia, y hayan absorbido parte de mi energía aunque yo no me diese cuenta. Así fue como Dock… en su momento, asesinó a mas de 50 hombres incluyendo a mi tío.

Susurro se dio cuenta que la mano había pronunciado esas últimas palabras apesadumbrado, y siguió escuchando con pavor.

-Lo que estás viendo ahora es la otra cara de la moneda, o de la daga. Es la energía argenta. No entiendo tanto como funciona, pero lo que sé es que cada vez que dabas un tajo que no tenía contacto con sangre, genera una ruptura en el tejido del espacio tiempo en otro lugar y en el que habitamos y crea lo que se conoce como un agujero de gusano, pero en tamaños muy pequeños.

-¿Un qué? –Susurro miraba tan absorta como desconcertada al asesino.

-Un agujero de gusano, es una especie de agujero negro que conecta una dimensión con otra sin importar leyes físicas o temporales. Para explicarlo en otras palabras, es similar a los portales de los hechiceros pero con una energía mucho mas densa e indestructible por el humano.

-Lo que estás viendo ahora, es el campo de atracción en el que desembocan todos los agujeros de gusanos que se han abierto. No se sabe si el portador del arma decide donde crear esos agujeros negros, pero por lo que estamos viendo, es probable que exista algún tipo de aleatoriedad o un patrón que yo no sé reconocer.

-Diós mío Mick, ¡Explícame sin vueltas qué está pasando!

-Está bien, calma. Este lugar está interferido por una magia antigua. Por eso aparecen y desaparecen objetos. Las personas, animales o cosas, pueden aparecer de un lugar lejano aquí o viceversa. Por eso vemos volar partes de animales que se introducen husmeando estos pequeños agujeros de gusanos. Las flechas que vemos aparecer deben ser de algún lugar que está en guerra o en batalla mínimamente, y algunas flechas se cuelan en esos pequeños huecos corrompidos. Ese hacha parece ser de un leñador, que todavía no se ha dado cuenta de lo que sucede. Él maneja el hacha, pero no es consciente que está asesinando a personas en la plaza. De hecho es ilógico, pero es así.

-Ya, supongamos que entiendo toda esta locura. ¿Qué se supone que se puede hacer para detener esta cosa macabra?

La mano lo miró con un gesto dolorido y entristecido.

-Y eso es lo malo de todo esto, Susurro. Que no tengo idea de cómo detenerlo.

Capítulo 3.

Gilius estaba recibiendo pacientes como hacía tiempo no sucedía.

Los relatos de las víctimas eran cada vez mas irracionales. La gente sana que llegaba trayendo heridos, parecía corroborar cada una de esas palabras. Lo que lo hacía mas difícil de tragar incluso.

Había perdido ya 5 personas, y tenía a otros 3 en estado crítico.

Sus dones de curación lo habían hecho un recurso invaluable en las guerras de Darkhaven, pero hacía tiempo que estaba fuera de ritmo para el arte de sanar. Había hecho llamar a todos sus asistentes, y su enfermería estaba llena de actividad en todos lados.

Desde una de las puertas exteriores, entró una mujer partiendo el picaporte de una patada.

-¡Eh! ¡No estaba cerrado con llave! –Se escuchó gritar a un enfermero.

-No importa, es mi estilo. –La mujer entró arrastrando a un hombre que podía caminar, pero se apoyaba en su hombro.

-¿Quién diablos es Gilius de todos ustedes?

El curandero se dio la vuelta y miró a la joven.

-Soy yo, muchacha. Entiendo que tienes una emergencia, pero…

-Ni peros ni manzanos. O curas a este hombre o le saco las tripas a todos los que están en esta habitación. –La mujer respondió mientras apoyaba a su compañero en una mesa que tenía prendas y algunos insumos de enfermería.

El curandero se sobresaltó por aquella fiereza, pero era un hombre entrado en años y con mas experiencias de las que le gustaría narrar.

-Debes tranquilizarte. Explícame la situación de tu amigo y veremos como podemos ayudarlo. –Le dijo en tono apaciguador.

-Bien, la situación es esta. Al que tu llamas mi amigo, que es solo un estúpido hombre, tiene varias heridas de un arma cortante. Necesito que lo pongas en un estado que le permita poder pelear. Si no logramos que se recupere pronto, es probable que le sigan llegando estos pacientes que veo gustan de visitarlo.

El curandero la miró fijamente intentando leer los sentimientos de Susurro.

La mujer volvió a hablar impacientemente. -A ver viejo sanatontos. Hay un problema allí a fuera y tenemos una pequeña oportunidad de frenarlo, pero necesito que mantengas con vida a este tipo para que me ayude a solucionar esto. ¿Vas a hacerlo o nó?

El curandero le sostuvo la mirada en silencio, y a los pocos segundos que para Susurro fueron una eternidad, dijo:

-Trae a tu compañero a la habitación de al lado. Necesitaremos uno de los druidas de Haon dor.

Le habían pedido a Susurro que los dejen trabajar solos. Gilius, el druida y 3 asistentes se pusieron a tratar a la mano sin reconocer al asesino tan buscado por la guardia imperial. La ladrona se mordía las uñas esperando que pudieran cerrar las heridas que ella misma había causado sin saber que luego lo lamentaría.

Creía escuchar todavía algunos gritos dispersos de la plaza, pero dudaba de si a la distancia a la que estaba sería real o solo su imaginación. En cualquier caso, necesitaba que el asesino se recuperase rápido para intentar la única idea que tenían en mente.

Debían encontrar al leproso con quien Susurro había hablado hacía 2 días, e intentar acabar con su vida. La mano había llegado a la conclusión que aquel debía ser el brujo del tiempo, y que quizás si podían matarlo en su mundo, lo destruirían ya fuera total o parcialmente, con la esperanza de que su magia deje de tener efecto y desaparezcan los agujeros de gusano.

Susurro caminaba de un lado a otro en la habitación. Los asistentes que pasaban intentaban no mirarla a los ojos, y los que lo hacían, rehuían la mirada para no tener contacto visual con ella.

Alguna persona incluso llegó a reconocerla como una ladrona integrante de una lejana banda de la Ciudad de Velas, pero esto poco le importó. Sabía que si tenía algún tipo de conflicto que se iba a solucionar rápido y simple. Como solía hacerse.

Sacó sus dagas y las observó detenidamente. En la izquierda tenía la de menesteres, que era casi un anexo de su mano. En la derecha, tenía la maldita daga que supuestamente estaba encantada y estaba matando a  decenas de personas allá a fuera. Le pareció una situación tan ajena como imposible, que comenzó a reírse en voz baja.

-¿De qué te ríes, si se puede saber? –Aquella voz tan familiar la hizo levantar la cabeza rápidamente para encontrarse con un asesino cara a cara.

-¿Cómo te sientes? –Preguntó ella.

-Suficientemente bien como para matar a un leproso. A un brujo del tiempo, no sabría decirte.

-Con eso me alcanza. Espero que no te hagas matar rápido. –Susurro ocultó un cierto alivio al ver recompuesto a su ex compañero. Le parecía raro que había intentado matarlo y que ahora necesitaba su ayuda. No sabía con lo que se iba a encontrar, y a pesar que no podía confiar en alguien que ya la había traicionado, le dolía mas la sensación de sentirse sola frente a una responsabilidad que nunca había pedido.

Se dirigieron a una de las puertas laterales, y de una patada Susurro hizo volar el picaporte.

-¡Eh! ¡Esa tampoco estaba cerrada con llave! –Se escuchó desde el interior de la enfermería.

-¿No crees que tu estilo no se condice muy bien con tu nombre? –Preguntó el asesino.

-Pues yo nunca te cuestioné por qué te llaman la mano cuando tienes 2.

-Es válido, -Contestó él.

Caminaron por momentos y corrieron en calles donde la impaciencia les ganaba.

Al cabo de unas horas, un poco cansados, llegaron a los lindes de una ciudad que ambos conocían bien.

-Te acuerdas de esta ciudad ¿Verdad? –Dijo ella con un tono rencoroso en la voz.

-Si, estuvimos aquí hace 2 días. –Dijo él.

-Bueno. Estuvimos es una forma de decir. Yo estuve, y tú hiciste lo contrario a estar. ¿También lo recuerdas no?

La mano suspiró largamente y le dijo: -Si sobrevivimos a este brujo desquiciado, tenemos algo importante de que hablar.

-Ya lo creo. Algo así como una clase de como traicionar a tu… tu… amiga. -Dijo Susurro sintiéndose impotente al no encontrar otra palabra mas indicada para lo que sentía.

-Mas bien sería de como salvar a tu amada, -Dijo la mano en un tono nostálgico y dolido.

-¿Qué has dicho? –Lo miró Susurro sorprendida y extrañada.

En ese momento, se escuchó un rechistar a varios metros por delante de donde caminaban.

Susurro se sobresaltó al reconocer aquel  siseo.

Miró a su compañero en un gesto silente, y le indicó que avancen hacia un baldío lleno de basura.

A pesar de que habían estado lejos cuando ella reconoció el sonido, no estaban seguros de si los había escuchado o nó. Se acercaron a una de las paredes, y recorrieron parte del baldío por los pasillos entre los montones de basuras como si fuese un laberinto de desechos.

-¡Iiiuuuu juuuuuu! ¡Pieda libse Zuzurrito y la manito detás de la montanita de bazuda!

La voz del leproso sonó estertórea como Susurro la recordaba. Una risa estridente acompañó un dedo bailarín que no dejaba de señalarlos a la distancia.

-¿Ese tipo es el gran brujo del tiempo? –La mano miraba al leproso a la distancia con el seño fruncido.

-Tú dijiste que podía ser. Para mi es un culo caído encima de un montón de mierda de ratas. –Contestó ella con desdén.

-¡Azédquense a jugad amigos! ¡Los estaba esperando! –Les gritaba el leproso desde su cima.

Los bandidos se miraron y se acercaron cautelosamente a lo que era la isla de basura en la que reposaba aquel hombre.

-¡Bien, quedida! Has cumplido tu padte del tato. Lo que no entiendo es pod que no matazte el homde que quedías matad. Con el adma que te di, debedías habedlo matado fázidmente.

-Bueno, tuve un pequeño cambio de planes en el camino.

-Oh, ¿zi? ¡Cuéntame que quiedo sabed! –El leproso lanzó alegremente trozos de comida putrefacta al aire como si fuese confeti de una fiesta de cumpleaños.

-Sucede que mi amigo aquí presente, me contó que la daga que me diste pertenece a un estúpido brujo del tiempo que me utilizó para absorberle parte del alma, que por cierto no me molesta, pero que hizo que muriesen varias personas inocentes y todavía hay gente muriendo por esto. ¿Te resulta familiar este brujo cobarde y traga gusanos agujereados? –Preguntó Susurro en tono jocoso.

La mano la miró incrédulo. Esa presentación directa no tenía nada que ver con lo que habían planeado. De hecho, dejarse ver tampoco era parte del plan acordado, pero así había sucedido.

El rostro del leproso se ensombreció y le dijo: -Eza no ez una fodma codecta de habdad. Puede que zepa quien ez eze brujo, pedo no obtendía nada a cambio si te lo dijeze. O zí, -Agregó el leproso en tono inquisitivo.

-Bueno, -Dijo Susurro recalculando a la vez que echaba una mirada a la mano que la veía con ojos que suplicaban que no hiciera ninguna locura.

-¿Qué quisieras a cambio de esa información? –Le preguntó.

-¡Muy bien! Me encanta escuchad eza pdegunta. Es simple. Nozótroz habíamos hecho un tato. Quizieda que me devuélvaz la daga, y cuando me la dez, yo te didé donde se ezconde el bujo que tu amigo busca.

-Ah, muy bien. Es buena oferta. Pero resulta que tengo la sospechas de quién es el estúpido brujo del tiempo este.

Susurro sacó una pequeña daga de lanzar que llevaba siempre en la manga de su túnica, y en un movimiento flagrante la lanzó dando vueltas en paralelo al suelo hacia el torso del leproso.

La daga se clavó hasta el mango en el hombro del leproso, haciendo saltar algunos pedazos de piel reseca de aquel hombre.

La mano se movió rápidamente hacia la derecha, maldiciendo a su compañera por lo intrépido de su comienzo pero readaptándose diligentemente a la situación. Tomó otra daga para lanzar, y la lanzó al mismo tiempo que Susurro lanzaba la segunda.

El leproso no se había movido de su sitio. Miraba a Susurro con un gesto ofendido y una mirada de perro del infierno. Ambas dagas se clavaron en su estómago, matando con su intromisión a algunos gusanos que pastaban la flora de sus intestinos.

-Eres una ingenua, querida. Me obligas a venir a tu mundo. –Dijo el leproso con una voz clara y muy profunda.

Aquel rey de la basura comenzó a tener espasmos incontrolados y su piel empezó a brillar en colores extravagantes.

Susurro y la mano miraban atónitos la transformación que en instantes había tenido lugar en aquel sujeto.

El brujo del tiempo se puso de pie en la cima de su isla de basura. La piel muerta y la sangre reseca ahora se desprendía de su cuerpo como si fuese una víbora cambiando la piel en los inicios estivales.

-Vas a devolverme esa daga, y vas a entregarme tu alma y la de tu amigo para costear todo el esfuerzo que estás haciéndome realizar para segar tu inútil existencia. –Espetó el brujo mientras descendía lentamente con pasos aletargados en una escalera de comida y animalescos muertos.

Susurro levantó ambas manos, y mientras las agitaba eufóricamente ponía cara de loca imitando con voz burlona: -Didi dididi, di dididi didi, dididi, didí didí.

La mano la miraba estupefacto como si no la reconociera. Había pasado su vida desde los 10 años, investigando los vestigios de conocimiento que dejaba aquel hombre místico con el paso de sus intervenciones en las ciudades, averiguando las fuentes de su poder y escuchando la cantidad de atrocidades que había cometido a lo largo de cientos de años. Y… Susurro le hablaba ahora como si fuese un niño de 5 años.

-¿Cómo te atreves, insolente? –El brujo había montado en cólera y de su cinturón había descolgado un báculo que movía ahora en círculos mientras murmuraba una extraña letanía.

Los bandidos se separaron casi por instinto al mismo tiempo, entendiendo que cualquier ataque del brujo tendría una dirección y era mejor dividir los flancos para no ser alcanzados al mismo tiempo.

El brujo lanzó un chorro de energía verde directo a Susurro. Esta se agachó hacia delante y haciendo un rol volvió a quedar sentada. El brujo se percató rápidamente, y antes de que su chorro de energía se disipara, bajó la punta de su báculo para alcanzar a su objetivo.

La ladrona giró sobre si misma hacia la izquierda, y se puso de un salto que aprovechó para impulsarse aún mas hacia la izquierda. La mano entendió lo que la mujer estaba buscando, y se dispuso a rodear la isla por el otro lado.

Cuando el brujo giró para enfocar al asesino, tenía los ángulos muy abiertos para luchar desde aquel punto. Invocó un halo de energía verde a lo largo del báculo, mientras ascendía lentamente a la cima para recuperar altura.

La mano lanzó una piedra que encontró en el sitio a la cabeza del brujo, pero este la apartó con una onda de energía plateada y sintió al segundo un impacto fuerte en su espalda.

Cayó al suelo, y por el rabillo del ojo vio que lo que lo había golpeado era el mismo báculo del brujo que había corrompido el espacio con aquella energía verduzca.

Susurro se había posicionado del otro lado de la isla de basura, y sacando otra daga del juego pequeño para lanzar apuntó hacia la espalda del hechicero. Cuando estuvo a punto de completar el lanzamiento, sintió como una mano fuerte como el acero se cerraba en torno a su muñeca.

Susurro quedó paralizada viendo como la mano no tenía dueño. Parecía salir del vacío mismo. Vio hacia arriba, y entendió lo que sucedía al ver que al brazo de la mano izquierda del brujo le faltaba su mano.

Sacó la daga de menesteres, y cuando estuvo a a punto de clavarla en la mano opresora, esta desapareció en el aire.

-Oh, que mala educación tenemos por aquí –Dijo el brujo negando con la cabeza.

Susurro en un movimiento rápido como un rayo hizo 2 pasos hacia delante con un giro de 360 grados y lanzó la pequeña daga que recientemente había sido retenida.

Esperaba que el brujo la volviese a detener, y pretendía con eso entender las defensas de aquel hechicero. Sin embargo, el brujo dejó que lanzara, y su daga voló raudo hacia la cima.

Pero en mitad del camino, desapareció en el aire.

Susurro miró molesta el báculo del brujo y vio que resplandecía de un color plateado.

-¡bien! Estoy harta de tus truquitos cuánticos –Dijo ella fastidiada.

El brujo le estaba dando la espalda y formulaba algo hacia la dirección opuesta de la isla, donde suponía ella la mano estaría haciendo algo que llamase su atención.

Por un momento sopesó usar la daga del brujo, pero temía seguir causando estragos en algún lugar del mundo, y no estaba segura de cuanto el hechicero podría influenciar en el arma si la empuñase otro cerca suyo.

Decidió correr trepando para ganar terreno e intentar llegar hacia la cima. Cuando estaba a mitad de camino, chocó de frente contra un objeto peludo y flotante.

Cuando recuperó el equilibrio, casi lo pierde de nuevo al ver que a menos de 30 centímetros de su cara estaba la cabeza de un lobo mostrando los dientes.

La cabeza flotaba en el aire siendo que seguramente era un agujero de gusano conectado con algún bosque del reino. Intentó rodear la cabeza del lobo, pero esta le lanzó algunas dentelladas que para su suerte no la alcanzaron.

Esto demoró mas de lo que pretendía, y si bien sabía que el brujo ya la había visto por el obstáculo de por medio, siguió intentando subir, pero se encontró con otra cosa similar.

Unos grandes cuernos adornando la cabeza de una vaca estaban ahora delante de su subida. Intentó rodearla, pero a la derecha volvió a aparecer la cabeza del lobo gruñendo y espumando saliva. Se preguntó si el lobo podría controlar esos agujeros de gusano, pero supuso que era el brujo quien estaba moviendo a voluntad dichos agujeros en el espacio.

De un salto quedó fuera del alcance de la cabeza de lobo, que había intentado morderla nuevamente. Cayó al otro lado de la cabeza de vaca, y vio una oportunidad para avanzar rápidamente. Cuando creía que lograría subir, su cuerpo chocó contra un objeto grande y pesado. Se apartó de un susto hacia atrás, y vio que era el cuarto trasero de un burro que movía la cola felizmente.

Tuvo la idea loca de montar al burro, pero cuando quiso apoyarse sobre el lomo, se dio cuenta que este no estaba allí. Su mano había pasado además a ese otro espacio tiempo, y la retiró presurosamente por miedo a no recuperarla de allí.

Mientras tanto la mano se había dedicado a lanzarle distintos objetos al brujo y esquivando chorros de energía o báculos saliendo de cualquier lugar. En un momento le pareció ver el hacha que había visto en la plaza aparecer y desaparecer a unos metros, pero supuso que como no había un patrón fácil de reconocer si el leñador estaba cambiando de árboles, el brujo no estaba pudiendo convocar el agujero de gusano exactamente en la posición de la mano.

En un repetido movimiento, la mano tomó lo que había sido alguna vez un escudo, y ahora yacía roto entre la basura. Lo levantó en el aire de una patada y luego de  asirlo con las manos lo arrojó violentamente hacia el brujo. Como respuesta, el hechicero volvió a generar un agujero de gusano que se tragase el trozo de escudo, y la mano fingió un momento de cansancio y descuido.

El brujo aprovechando el momento de debilidad, volvió a invocar su energía verde y movió el báculo a gran velocidad de arriba abajo para asestar un golpe a la cabeza de la mano corrompiendo el espacio físico.

Pero la mano había planeado que eso sucediese. Se giró velozmente y habiendo observado el movimiento del brujo, golpeó con el mango de su daga hacia arriba y encontró lo que había esperado. El báculo salió revotado hacia arriba, y la mano hundió la daga en el mismo espacio en el que había visto emerger el báculo.

Sintió lo que esperaba y un torrente de adrenalina subió por su brazo. Su daga había encontrado carne. Intentó volver a asestar un puntazo, pero se encontró con que su mano no desaparecía en ningún agujero y apuñalaba el aire.

Se giró para ver al brujo, y este se tomaba la mano del báculo con su otra libre. Entendió que el brujo podía cerrar estos agujeros cuánticos a voluntad también.

Había conseguido herirlo, pero tenía que encontrar la manera de convertirlo en un daño letal antes que cualquiera de los chorros de energía del brujo lo alcanzasen. No sabía cual era su consecuencia, pero todo apuntaba a que serían letales.

-¡Susurro! ¿Me oyes? –Gritó la mano hacia el otro lado.

-¡Sí! –La voz de su amada le llegó amortiguada por la cantidad de basura que los separaba.

-¿Recuerdas la misión de rescate que tuvimos en el refugio destruido? –La mano tuvo que saltar hacia su izquierda para esquivar un chorro de energía verde, pero sintió un gran ardor en la pierna izquierda que sabía reconocer muy bien.

¿Sí la recuerdo! –Escuchó el grito de Susurro que sonaba como si estuviese saltando del otro lado.

¡Cállense! ¡No he vivido por miles de años para escuchar los recuerdos intrascendentales de unos débiles como ustedes!

La mano presionó la piel que estaba alrededor de la nueva herida, y sacó la punta de flecha que tenía clavada. El dolor fue insoportable, pero había aprendido a soportar lo que nunca hubiera deseado.

-¡Pues es hora de atacar al carcelero! –Gritó el asesino.

Una cabeza de mono se asomó a la altura de su cadera e intentó morderle una mano. El asesino lo esquivó, y el mono lo escupió con cara de disgusto antes de desaparecer en el hueco de vacío.

Tuvo que volver a esquivar chorros de energía y pudo esquivar una flecha que iba dirigida a su pecho. En realidad no la había esquivado, si no que se había tropezado un momento antes y había tenido la suerte de no ser atravesado cuánticamente.

Cuando esquivó otro golpe de báculo circular que lo impidió ascender la montaña, se encontró con otro objeto mas grande a su costado. Su instinto le hizo apuntar la daga al centro de aquella figura que no reconoció.

¡Qué haces idiota! –Susurro esquivó el tajo extremadamente breve y corto que casi le deja una costilla mas separada que las demás.

-Ups, -Dijo el asesino. –Error de cálculo.

Un destello verde anticipó un nuevo chorro de energía, y ambos bandidos se tiraron al suelo de la montaña. El chorro pasó de largo, y dio contra la pata de un felino que había asomado a unos metros.

La energía chocó contra el animal y apareció un líquido extraño en el pelaje del mismo. Era como una llama de fuego, pero densa y  tangible, y a la vez chorreante y burbujeante. Se escuchó un alarido agudo desde un lugar muy lejano, y la pata desapareció en el agujero de gusano.

-Necesito que intentes acercarte a él, y que consigas que te ataque con su báculo desde atrás a través de un agujero de gusano, pero debes hacerlo mientras corres hacia mí en direcciones opuestas. Debes hacerlo justo después de que lance uno de esos chorros, como este. –Ambos bandidos se dejaron caer un tramo en la montaña, y vieron como donde antes estaban parados se disolvía un conjunto de ropas deshilachadas.

Susurro lo miraba inquisidoramente.

-¿Algo mas? ¿Un vaso de vino se te ofrece? –Dijo ella levantando las cejas.

-Pues si encuentras uno sin picar por aquí no estaría mal. –Contestó la mano.

Susurro comenzó a correr rodeando la isla, a la vez que sorteaba objetos extraños en el aire, cabezas de animales y chorros de energía. En un momento no logró anticipar un giro de báculo, y este apareció a la altura de sus pies barriéndola de un solo golpe y haciéndola rodar algunos metros hacia abajo.

La mano la había visto, y sacó de su cintura un cuchillo de empuñadura antigua que solo usaba en combates reales, y lo lanzó hacia el báculo del brujo que ya había empezado a formular en dirección a la mujer.

El brujo tuvo que golpear el puñal con el báculo, puesto que no llegaba a reformular otro hechizo de corrupción del espacio.

El puñal había venido con mas fuerza de la que pensaba, y al golpear el báculo hizo que se le resbalase de las manos. Se agachó con rápida reacción a recogerlo mientras volvía a formular un chorro de energía verde.

Susurro se había levantado y corría en dirección hacia la mano. La mano tenía una daga pequeña de lanzar de las que le había dado Susurro, y a la corrida apartaba garras, pezuñas y hasta un dedo que le había hecho un gesto obseno desde el vacío.

Susurro vio formular al brujo su hechizo de energía verde, y midiendo la distancia de la mano sabía que estaba yendo demasiado de prisa. Aminoró la carrera para ganar espacio, y cuando el chorro de energía salió de la mano del brujo apenas consiguió esquivarlo dando unas últimas zancadas a toda potencia.

Había recibido parte del chorro de energía en la zona de los gemelos. En seguida sintió un ardor tremendo que le recordó a una quemadura que tuvo de niña con agua hirviendo.

Logró hacer solo unos pasos mas, y cayó de rodillas. Sus manos detuvieron su caída en una sustancia pegajosa que prefirió no saber que era. Sentía como si un ácido estuviese corroyendo sus piernas, y el dolor le hizo perder el aire en sus pulmones.

Levantó la mirada, y vio a la mano correr hacia ella como si lo llevase el diablo. Lo vio lanzar su última daga hacia el brujo, que este interceptó haciendo desaparecer a mitad del recorrido.

Susurro vio formular al brujo nuevamente, y se sintió perdida.

En su mano izquierda llevaba aún su daga de menesteres. Intentó calcular el ángulo de tiro, pero en su estado y teniendo en cuenta las defensas del brujo tendría muy pocas oportunidades. ¿Qué esperaba la mano que sucediese? Se sintió invadida por una sensación de abatimiento y decepción de nuevo.

Miró a la mano que estaba a unos 15 metros de ella y vio que le señalaba su daga. Se señaló a si mismo, y Susurro entendió que se la debía lanzar.

Dudó un instante, y escuchó el murmuro del encantamiento del brujo.

¡Susurro! ¡Confía en mí! ¡Tu daga!

La mujer miró con ojos de fiera al brujo y lo apuntó con su daga en un abrir y cerrar de ojos. Cuando este la vio comenzó un giro de báculo que funcionaría como defensa, pero sabía que tenía otra finalidad.

Susurro le lanzó la daga a la mano que estaba a pocos metros de ella, en una corrida inestable por el terreno resbaladizo. Cerró sus ojos y se quedó quieta rezándole a su Diós que si esa noche iba a morir, que pudiera morir sin miedo ni el sufriente sentimiento de abandono que la había llevado hasta ese lugar. El asesino venía recto hacia ella y trazando una diagonal sutil que iba ascendiendo poco a poco en cada paso.

La mano tomó la daga de menesteres en el aire, y vio como a un metro por detrás de la cabeza de Susurro aparecía una sombra alargada en paralelo al piso de la montaña inclinada.

La sombra se cernía sobre su compañera, y con todas las fuerzas que le quedaban saltó hacia delante disponiendo todo su cuerpo como si fuese una saeta con sus 2 manos por delante con la daga bien sujeta con su mano diestra.

Pasó por encima del cuerpo de Susurro, y sintió como sus manos, su brazo y hasta su cabeza y pecho traspasaban una fina capa de algo parecido a un velo de nieve.

Sintió que el báculo del brujo lo golpeaba fuertemente en el estómago, pero su muñeca de asesino le decía que había encontrado lo que buscaba, al retorcerse y encontrar el punto de encaje que tantas veces daba como finalizada una operación.

Quedó como suspendido en el aire, haciéndole recordar cuando era siquiera un niño de 7 años e intentaba robarle las tartas de frutilla a la tía que dejaba para enfriar en las ventanas.

Sus pies tocaron suelo y su estómago estaba presionado contra el báculo del brujo. Levantó la mirada y extrajo la daga de la garganta del brujo. Escuchó unos sonidos guturales inteligibles, y vio como el brujo caía lentamente de rodillas.

Se dio cuenta que el agujero de gusano intentaba cerrarse, pero no lo estaba logrando porque su cuerpo y el báculo del brujo estaban aún en un estado de incertidumbre cuántica que su propia observación impedía establecer en un único plano.

Apartó de un manotazo el báculo y se incorporó retrocediendo para salir del agujero negro invisible. Miró hacia arriba para corroborar que sus sentidos no lo engañasen, y vio al brujo con las manos en su cuello intentando desesperadamente frenar un sangrado que nunca iba a poder detener.

Se acercó a Susurro que lo miraba con un semblante lleno de asombro y terror, y la ayudó a ponerse en pie.

La mujer dejó escapar unos quejidos de auténtico dolor, y no podía enderezar las piernas del todo. La mano le hizo un tajo en la parte media del pantalón, y le sacó la tela que quedaba prendida de su piel de unos suaves tirones. Susurro gritó y el asesino la sujetó fuertemente por los hombros.

Las heridas eran graves, pero no lo eran tanto como una quemadura de aceite hirviendo. Debía llevarla rápidamente con el curandero Gilius para que no le queden secuelas permanentes. Aquel viejo sanador había podido cerrar la herida de su propia espalda en una velocidad que solo se entendía con el uso de la magia blanca.

-Creo que es hora de volver a la ciudad, -Dijo la mano con tono preocupado.

Susurro miró la cima de la isla de basura, y le dijo. –Ah no, aún no.

La mujer comenzó a subir con gran esfuerzo la montaña, y la mano la seguía de cerca negando la cabeza.

El brujo tenía la mirada perdida hacia el infinito del cielo. Sus pupilas aún no estaban dilatadas y su pecho parecía subir y bajar tenuemente.

-Tómalo del pelo y ponlo de rodillas. –Ordenó la  ladrona al asesino en tono  imperante.

La mano miró al brujo y sabía que lo que venía no era una actitud propia de él, quien solía matar o dejar moribunda a su presa sin hacer incisiones postmorten en la víctima.

Pero… al lado del brujo vio enterrado en la basura el puñal de su tío.

Con una mesura impecable, levantó al brujo del suelo por los pelos y lo sostuvo recto mientras el hechicero seguía perdiendo sangre.

-Bueno. –Dijo Susurro. –Al final tenía razón. Tú eras el estúpido brujo. Como leproso te veías menos feo a mi parecer.

El brujo levantó sus pupilas y sus ojos estaban perdiendo el brillo del mirar. Hizo una mueca extraña, y un escupitajo que nunca terminó de formarse cayó chorreando por el mentón del hechicero. Ninguna voz salió de su garganta, pero Susurro pudo leer lentamente sus labios.

-Voy, a, volver. Soy, el, dueño, del, tiempo. Una, y, otra, vez. Volveré…

-¿Ves? Es lo que te digo. Voy a hacerte un corte que esté a la moda para que cuando vuelvas, nunca dejes de ser tan cautivador como eres.

Susurro tomó el puñal del tío de la mano, y miró al asesino esperando una afirmación. La mano meció la cabeza lentamente, de arriba abajo.

Susurro le sonrió al brujo, y le dijo: -Saludos al pasado, amigo.

Con 2 limpios cortes, Susurro separó la cabeza del cuerpo del brujo. Con su otra mano, el asesino sostuvo el cuerpo y lanzó la cabeza que cayó rodando montaña abajo.

-Espera, tenlo ahí –Dijo ella. Le falta algo todavía.

La mano miró extrañado a su compañera como esta revolvía la basura sin intentar agacharse demasiado.

Sacó un objeto naranja del suelo, y lo depositó bruscamente sobre el cuello sanguinolento del brujo. Luego, con el cuchillo del asesino, le hizo unos decorados como si fuera escultora.

-¡Perfecto! –Sonrió ella.

La mano rodeó el cuerpo y vio que Susurro le había puesto una calabaza semi podrida como cabeza, y le había hecho 2 ojitos, nariz y una boca amplia con protuberancias como dientes.

-Bueno, solo le falta parecer un rey. –Dijo la mano, y agarró el cuerpo con calabaza  incluida y lo hizo sentar en la silla de basuras en la que se sentaba siendo el leproso. Le dio un par de golpes a la calabaza hacia abajo, para que esta se enterrase en el cuello y encastrase para que no se cayera.

-Ahora te ves mas bonito. –Le dijo dándole una palmada en el hombro al cadáver.

Susurro miró los nuevos ojos del brujo, y dijo. –Si piensas volver, vente preparado para otra pateada de culo. Lo digo muy en serio, calabacín.

Los bandidos recogieron sus armas cortas, y bajaron cuidadosamente la montaña. Susurro estaba muy débil por sus heridas en las piernas, y la mano tenía varias heridas que habían vuelto a abrirse con tanto movimiento en la pelea.

¿Qué vamos a hacer con este maldito arma bebedora de almas? –Preguntó ella.

La mano lo sopesó un momento, y dijo: -Hay que ver si es destruible, y si todavía tiene el poder del brujo. La voy a conservar hasta que decidamos juntos que hacer.

-¿Juntos? –Preguntó ella.

-Pues creo que es lo que corresponde. –La mano la miró fijamente a los ojos.

Susurro le sostuvo la mirada, y le dijo. –Creo que tenemos que hablar seriamente de algunas otras cosas.

La mano le sonrió y le dijo. –Tenemos un buen viaje para hablar, hasta tu amigo Gilius.

-Ese viejo blandito no es mi amigo. –Se quejó ella.

Epílogo:

Exactamente 1 año mas tarde, en un sitio alejado de las ciudades, yace un montón de montones de basura acumulados por los vecinos lindantes de la zona.

Las ratas anidan por doquier, y ningún alma humana vaga esa noche por aquel cementerio de bacterias.

Es el día de los muertos, y los precavidos junto con los supersticiosos se quedan en sus casas orando y rezando a sus fallecidos, como excusa para no salir y encontrarse con algún fantasma en la noche fría.

Un gusano repta lentamente por una superficie pestilente, y busca sitio para hacer su hueco y dormitar hasta la noche siguiente. Comienza a escarbar parsimoniosamente, cuando el hueco que está buscando se abre de milagro y casi si ningún esfuerzo logra encontrar su caverna.

Se introduce lentamente en el espacio conquistado, pero está reptando sobre un bicho húmedo que se mueve. En un instante repentino, sale escupido de una boca habitada por una lengua negra como el carbón, y la caverna hanelada por aquel gusano es ahora una sonrisa macabra como la del asesino mas violentado del condado.

El cuerpo que subyace a la calabaza sonriente es un conjunto de huesos y ropajes roídos por las ratas.

Los dedos esqueléticos de las manos empiezan a tomar ritmo repiqueteando sobre una rodilla desnuda, mientras ganan movilidad y curiosean hacia el aire de la oscura noche.

La mueca grabada a cuchillo en la calabaza no deja de ser nunca una risa macabra, ni aunque pudiese hacerlo.

Una voz gutural se escucha rasposa, desde el fondo de un cuello casi inexistente, y dice:

 -Vamos a ver quién le patea el culo a quién.

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